El
cubil
Aldo Roque Difilippo
En
el inicio todo estaba tranquilo, callado, sereno. La lluvia caía, el
viento soplaba, el sol iluminaba, y la vida discurría monótona,
como el goteo del agua en una fuente. Y el Hombre dijo: "No
está bien que estemos solos. No está bien tener frío
en el invierno y calor en el verano, mojarnos cuando llueve..."
"La ciudad" óleo sobre fibra (0,90 x 0,80 cn) |
Después
juntó piedras, palos y barro, construyendo pequeñas madrigueras
artificiales que se apiñaron. Un Hombre y otro Hombre se juntaron,
uniendo músculos y sudores, cantando canciones que recién le nacían
de los labios, mientras la piedra y el barro tomaba forma, mientras
la madera se impregnaba del sonido de aquellos cantos recién
paridos, formando vigas y armazones propiciadores de sueños donde
nacerían otros seres que también cantarían levantando paredes en
aquel ritual primigenio.
Cuando
no hubo mas palos, piedras o barro por apilar, los Hombres
descansaron, secándose el sudor a la sombra de lo que habían
construido.
"El barrio de Eustaquio", óleo sobre fibra (0,40 x 060 cn) |
Primero
fue el tumulto de cuerpos acunando sueños insestuosos, promiscuos.
Después fue "Casa solar" regida por el patriarcado de unos
ojos altaneros y el sonar de cacerolas matriarcales atizando el fuego
de un caldo espeso, de aroma penetrante, como esos amores
circunspectos que no se cortan ni con la muerte. Fue también un
conventillo, casas dentro de una gran casa, donde las mujeres parían
su progenie en camas de hierro, y los hombres hacían nacer nuevos
sueños con acordeones y guitarras.
Las
hubo de Dios. Casas donde la espiritualidad manaba del incienso y el
vino compartido. También las del comercio y la moneda. Las de asilar
soledades geriátricas. Las que apiñaron manos y pies pequeñitos,
descalzos de amor, en una orfandad de caricias y besos. Las hubo
tolerantes al beso o al sexo furtivo, oculto en la noche. Las de paso
en un camino, con el fuego siempre encendido y una mesa modesta
esperando mitigar el hambre, la sed, o el frío; salpicando de
encuentros la soledad del camino.
"Ciudad en amarillo", óleo sobre fibra (0,30 x 0,22 cn) |
Encuentro de Pintores, Chapicuy (Paysandú) , 2010 |
Después
sólo casas, a secas, reducidas. Habitáculos ínfimos para dormir o
comer, apiñados en panales donde abejas humanas apenas si reponían
fuerzas en colchones empozados ante la fatiga diaria que los hacía
correr durante toda la jornada, persiguiendo al esquivo sustento, el
amor, o los sueños relegados en una esquina infantil, cuando el
hambre o necesidades carentes de espíritu les imprimieron un nuevo
rumbo al destino.
Pero
a la sombra de un árbol añoso, o al rescoldo de un sueño dormido,
siempre estará esperando una casa, con sus cuentos de abuelos,
o manos de madres secándose en el delantal, siempre a la espera del
abrazo festivo del reencuentro; y habrá también un patio, con
su parral de sombra tupida, un limonero, quizá alguna quinta y
un ciruelo o un naranjo, esperando al niño que prefirió treparlo
antes que ir a sestear.