Una mujer casi mía
Aldo Roque Difilippo
Hay una mujer desnuda
colándose en mi
sopa,
levanto la
cuchara
y chorrean
sus piernas
delgadas
y sinuosas.
Hay una mujer
desnuda
girando en el
café.
Una mujer
morena
-quizá la única
porque todas
son rubias-
con sus labios
desnudos
y sus muslos
azabaches en
medio de la taza.
Hay una mujer
desnuda
en mi ventana,
en el jabón, en
el azúcar;
y hasta en la
espuma de afeitar
que no utilizo
quizá por miedo
a que me bese y
me la trague.
Hay una mujer
desnuda
rubia, subyugante,
otra pelirroja
y tentadora,
pocas veces
morocha
y muchos menos
amarilla o cobriza
-como me
hubiera gustado-
metiéndose en
todas mis visiones
mirándome por
todos los anuncios
contorneando
sus caderas en la pantalla
para que crea
–y yo siempre le creo-
que seré mejor,
más bueno, quizá hermoso,
si la busco en
cada lata de cerveza,
si la beso en
cada vino, en cada helado
que termino
bebiendo sin pensarlo.
Sigue mirándome
con sus ojos de vidrio
desde el
televisor, y yo le creo:
que el mundo
será mío si la sigo,
que la tendré,
desnuda y en tercera dimensión
sobre la cama
con cada quilo
de jabón que llevo
sin saber
siquiera si algún día
podré reparar
mi viejo lavarropas.
Y yo le creo.
¿Quién podría no creerle
a una mujer
desnuda hablándote al oído?
Publicado en:
Isla Negra 10/381
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