Del
encuentro con el puestero, o la vez que Sancho Panza no pudo probar la caña
-
¿Qué
le sirvo paisano?
-
Si
vuestra merced lo deseara, mucho agradecería un poco de pan, queso y buen vino.
El
puestero había tenido un día pesado, un par de borrachos que casi se trenzan en
un duelo que con esfuerzo logró evitar, el calor que no le daba tregua, como
tampoco le daban tregua las ratas que le habían desbaratado un par de bolsas de
galletas, por lo que no estaba con ganas de discutir con nadie.
-
Aproveche, que es lo que hay –le dijo sirviéndole un
generoso vaso de caña.
-
Vuestra
merced disculpará –dijo el recién llegado-, pero...
-
Francisco
es mi nombre.
-
Vuestra
merced disculpará...
-
Que
me llamo Francisco, como mi agüelo, y de gurí me decían Pancho.
-
Vuestra
merced habla de una forma.
-
¡Y
dale con Mercedes! Mi nombre es Francisco. Francisco Machuca.
-
Yo
recuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas,
habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado
ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que
le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron
desde aquel día en adelante Vargas y Machuca.
-
¡No
me venga con historias! Acá no hay ni Mercedes, ni Vargas, y el viejo mi padre,
que también era Machuca, hace tiempo que murió. Si quiere tome su caña, y sino
se va.
-
Hermano
Sancho Panza –dijo el forastero volviendo la mirada a un hombre retacón con un
sombrero que al puestero le dio risa-,
hemos metido las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras, más
advierte que, aunque corrimos todos los caminos nunca encontramos gente tan
endiablada y descomunal como este ser.
-
Hace
dos días que no probamos bocado –dijo Sancho-,
bueno sería tomar lo que nos ofrece. Además mucho me gustaría probar las
cualidades de esa bebida que todos nombran.
-
Hágale
caso al gordito y tómese una caña compadre.
-
Si
fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y
atrevimiento.
-
Peor
será esto que los molinos de viento –dijo Sancho aproximándose a la puerta-.
Tomemos eso que llaman caña, y si hay pan
y queso comamos, y sino poco importa.
-
Para
conmigo no hay palabras blandas. Sabed que yo me llamo don Quijote de la
Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña
Dulcinea del Toboso...
-
Éramos
pocos y parió la agüela. ¡Basta! Cartón yeno.. ¡Se van!
-
¿No
le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía? –se lamentó Sancho
mientras el puestero, que había saltado el mostrador empujaba sin mucho
esfuerzo la esmirriada figura del forastero que siguió insistiendo en su
condición hidalga hasta terminar magullado contra un árbol.
- ¿No le dije yo a vuestra merced? –repetía el personaje retacón mientras lo ayudaba a montar aquella bolsa de huesos con forma de caballo que lentamente lo alejó del lugar.
El puestero se
tomó la caña de un envión acodado al mostrador.
-
Mire
que hay locos sueltos en estos campos –dijo en voz alta- pero ninguno como
estos dos.
El horizonte recortó las siluetas. La más alta y
desgarbada gritó: -Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo
caballero es el que os acomete.
- ¡Válame Dios! –dijo la otra figura ya convertida en
un puntito- ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía?
Aldo Roque Difilippo
No hay comentarios:
Publicar un comentario