Pequeño divague
de cosas obvias
EL
BICHO HUMANO
Aldo Roque
Difilippo
El bicho humano
se esfuerza -y a veces lo
consigue- en convertirse en el
líder de la manada. Ejerce su cuota parte de poder sobre el más débil, marca su
territorio con un par de ladridos o una actitud desafiante y toma lo que ganó
por derecho de la fuerza. Así desde el tiempo del pitecantropus hasta la
sofisticación de este tercer milenio plagado de relaciones interpersonales,
computadora o SMS mediante, el bicho humano actúa de la misma manera. La madre
presionando a su cría “civilizándolo” a fuerza de premios y castigos: si
hacés tal cosa obtenés tal otra, si no lo hacés estarás más lejos de la salida
sabatina, de acceder a la nueva remera de moda, o al dinero suficiente para
recargar el celular. El hijo presionando a la madre, “civilizándola” a su modo,
simulando una posición de doblegado para obtener lo que quiere: si paso de año me comprás tal cosa, me
pagás el viaje a la playa, me está permitido quedarme hasta tarde en la compu; a dormir en la casa de un amigo.
La mujer muchas
veces con sutilezas y otras directamente, presiona a su marido para obtener lo
que quiere, quien a su vez se siente
el macho de la manada, altivo, desafiante, sin saber o no queriendo reconocer,
que esa sumisión de la hembra ante la fuerza del macho es solamente un
camuflaje para dominarlo, y ese mismo macho dominante es dominado, doblegarlo y
hasta sometido por otro macho alfa que a veces ni siquiera es macho ni tiene
rostro porque las órdenes le llegan del otro de lado de la pantalla de la
computadora, y él corre literalmente a cumplirla.
Es decir el
macho “civilizador” es “civilizado” por otro con esa doble condición,
seguramente sin conocer o sin que exista uno enteramente civilizador y dominante.
En este
invento de los humanos que en apariencia
no tiene autor, los pitecantropus del tercer milenio nos esforzamos por
procurar la mejor piel, la nueva lanza u otra choza, muchas veces sin
precisarla, sin reparar que ya tenemos varias y que no usamos ninguna, pero no
importa, corremos igual, dejamos energías, músculo y sudor en conseguir lo que
ya tenemos y no precisamos.
El bicho humano
parece no poder resistirse a esto. A ese doble papel dominador -dominado, de
sometido que desde una aparente posición inferior consigue pequeñas victorias y
ejerce su cuota parte de poder.
Enfrentarnos a
un mostrador de una oficina pública es someternos a ese perverso mecanismo
donde el sometido que nos atiende simula una superioridad que él y nosotros
sabemos que no tiene, pero que aceptamos, que a veces logramos doblegar con una
sonrisa, un “buen día” (estrategias de experientes doblegados que saben que
simular inferioridad a veces abre algunas puertas), y que en otras
oportunidades vencemos exhibiendo una lanza o una maza más fuerte: si Usted no
me soluciona esto llamo a Señor Fulano, y él tomará las medidas que corresponda
con Ud. o sus superiores.
Y ese Señor o
Doctor Fulano a su vez tiene sus machos alfa que lo someten y lo convierten
en súbdito.
Aunque nos cueste
reconocerlo seguimos viviendo en manadas regidas por el más fuerte, por machos
alfa que deciden dónde debemos ir, qué o cuándo comer, o que piel precisamos para abrigarnos.
Seguimos siendo
los mismos pitecantropus del comienzo, aunque a veces el macho alfa no tenga
rostro.