domingo, 8 de abril de 2012

La otra historia de
Blancanieves



Aldo Roque Difilippo


El príncipe llegó, la besó, y ella despertó. Es que los hechizos surten efecto cuando  anda merodeando un príncipe deseoso de besar blancanieves dormidas.
Los enanos festejaron. Ella los abrazó uno a uno. El príncipe también, y quiso retribuir la devoción con que la cuidaron mientras duró el hechizo de la manzana. Por eso tiempo después regresó, ya princesa, para llevarlos al Palacio. El Príncipe los colmó de atenciones, retribuyendo en parte lo que hicieron por su amada.
Ellos abandonaron sus picos, sus palas, y la vieja casita en el bosque, y comenzaron a deambular por el Palacio o por el enorme jardín, disfrutando del aroma de las flores y el trinar de los pájaros.
Aquella multitudinaria convivencia comenzó por provocar las primeras discusiones. Un par de zapatos en medio del pasillo, una taza con restos de leche abandonada sobre la mesa, o los inoportunos ruidos de alguien en medio de la noche que nuevamente despertó a  todo el Palacio, comenzaron erosionando la convivencia.
Es que los enanos estaban muy viejos, y quizá añoraban sus antiguas rutinas. Lo que en principio fue sonrisas y frases afectuosas se convirtió en continuas discusiones por cosas banales, sobre todo cuando la dulce Blancanieves corría, en plena noche, en busca de mamaderas o pañales limpios, tropezando con toda clase de objetos en los pasillos, o en la cocina, o descubría que alguno de los enanos nuevamente intentó combatir el insomnio con un vaso de leche tibia, sin preocuparse que ya no quedaba más y que el niño se despertaba en la madrugada reclamando su alimento, y que los criados debían atravesar el patio para ordeñar las vacas, despertando a medio Palacio. Más de una vez fue el propio Príncipe quien fue hasta el establo, en plena noche, en busca de leche, procurando que el Palacio siguiera descansando tranquilo, pero fue en vano. Las luces comenzaban a encenderse, y desde cada habitación surgían voces de protestas o de reclamos, y al otro día todos andaban con sus ojeras y el cuerpo reclamando una cama tibia.
Una mañana, tras un nuevo altercado en la madrugada, el Príncipe dio la orden que trajo un poco de sosiego al Palacio, y aunque Blancanieves se resistía a admitirlo, terminó reconociendo que su marido tenía razón. Rato después, con escasa ceremonia y besos parcos de despedida, un carruaje partió con los siete enanos rumbo al geriátrico.

23/12/99

(*)  En junio de 2008 este cuento recibió una de las menciones en el  concurso  “Nibia Sabalsagaray”,  en homenaje  a la joven militante de la  Unión de Juventudes Comunistas (UJC) que en 1974 fue asesinada en un cuartel  de Montevideo, pocas horas después de su detención. Además de su militancia  política  y gremial Nibia Sabalsagaray -oriunda de colonia suiza- incursionaba en la creación literaria.

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