miércoles, 4 de mayo de 2022

 

Del encuentro con el puestero, o la vez que Sancho Panza no pudo probar la caña

 

-        ¿Qué le sirvo paisano?

-        Si vuestra merced lo deseara, mucho agradecería un poco de pan, queso y buen vino.

El puestero había tenido un día pesado, un par de borrachos que casi se trenzan en un duelo que con esfuerzo logró evitar, el calor que no le daba tregua, como tampoco le daban tregua las ratas que le habían desbaratado un par de bolsas de galletas, por lo que no estaba con ganas de discutir con nadie.

-        Aproveche,  que es lo que hay –le dijo sirviéndole un generoso vaso de caña.

-        Vuestra merced disculpará –dijo el recién llegado-, pero...

-        Francisco es mi nombre.

-        Vuestra merced disculpará...

-        Que me llamo Francisco, como mi agüelo, y de gurí me decían Pancho.

-        Vuestra merced habla de una forma.

-        ¡Y dale con Mercedes! Mi nombre es Francisco. Francisco Machuca.

-        Yo recuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca.

-        ¡No me venga con historias! Acá no hay ni Mercedes, ni Vargas, y el viejo mi padre, que también era Machuca, hace tiempo que murió. Si quiere tome su caña, y sino se va.

-        Hermano Sancho Panza –dijo el forastero volviendo la mirada a un hombre retacón con un sombrero que al puestero le dio risa-,  hemos metido las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras, más advierte que, aunque corrimos todos los caminos nunca encontramos gente tan endiablada y descomunal como este ser.

-        Hace dos días que no probamos bocado –dijo Sancho-,  bueno sería tomar lo que nos ofrece. Además mucho me gustaría probar las cualidades de esa bebida que todos nombran.

-        Hágale caso al gordito y tómese una caña compadre.

-        Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento.

-        Peor será esto que los molinos de viento –dijo Sancho aproximándose a la puerta-. Tomemos eso que llaman caña, y si hay pan  y queso comamos, y sino poco importa.

-        Para conmigo no hay palabras blandas. Sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso...

-        Éramos pocos y parió la agüela. ¡Basta! Cartón yeno.. ¡Se van!

-        ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía? –se lamentó Sancho mientras el puestero, que había saltado el mostrador empujaba sin mucho esfuerzo la esmirriada figura del forastero que siguió insistiendo en su condición hidalga hasta terminar magullado contra un árbol.

-        ¿No le dije yo a vuestra merced? –repetía el personaje retacón mientras lo ayudaba a montar aquella bolsa de huesos con forma de caballo que lentamente lo alejó del lugar.


 El puestero se tomó la caña de un envión acodado al mostrador.

-        Mire que hay locos sueltos en estos campos –dijo en voz alta- pero ninguno como estos dos.

 

El horizonte recortó las siluetas. La más alta y desgarbada gritó: -Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

- ¡Válame Dios! –dijo la otra figura ya convertida en un puntito- ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía?

 

 

 

                              Aldo Roque Difilippo

 

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